darwin: el genio que descubrió la evolución de las especies



El ser un león o un gato o una rosa lleva consigo algo especial, algo que ningún
otro animal o planta comparte con él. Cada uno de ellos es una especie única de
vegetal o animal. Sólo los leones pueden parir cachorros de león, solamente los
gatos pueden tener garitos, y únicamente de semillas de rosa —y no de clavel—
pueden salir rosas.

Aun así, es posible que dos especies diferentes muestren semejanzas. Los
leones se parecen mucho a los tigres, y los chacales a los coyotes, a pesar de que
los leones sólo engendran leones y no tigres, y los chacales sólo paren chacales y
no coyotes.

Y es que el reino entero de la vida puede organizarse convenientemente en
grupos de criaturas semejantes (véase el capítulo 14). Cuando los científicos se
percataron por primera vez de esto, muchos pensaron que no podía ser pura
coincidencia. Dos especies parecidas ¿lo eran porque algunos miembros de una de
ellas habían pasado a formar parte de la otra? ¿No sería que se parecían porque
ambas estaban íntimamente relacionadas?

Algunos filósofos griegos habían sugerido la posibilidad de una relación entre
las especies, pero la idea parecía por entonces demasiado descabellada y no tuvo
ningún eco. Parecía inverosímil que algunos leones se hubiesen convertido en
tigres, o viceversa, o que alguna criatura felina hubiese engendrado tanto tigres
como leones. Nadie había visto jamás una cosa semejante; de haber sucedido, tenía
que haber sido un proceso muy lento.

La mayoría de la gente creía, a principios de los tiempos modernos, que la
Tierra tenía solamente unos seis mil años de edad: un tiempo absolutamente insuficiente
para que las especies cambiaran de naturaleza. La idea fue rechazada por
absurda.

Pero ¿era verdad que la Tierra sólo tenía seis mil años de edad? Los científicos
que estudiaban a principios del siglo XVIII la estructura de las capas rocosas de la
corteza terrestre empezaron a sospechar que esos estratos sólo podrían haberse
formado al cabo de períodos muy largos de tiempo. Y hacia 1760 el naturalista
francés Georges de Buffon osó sugerir que la Tierra podía tener hasta setenta y
cinco mil años.

Algunos años después, en 1785, el médico escocés James Hutton llevó las
cosas un poco más lejos. Hutton, que había adoptado su afición a los minerales
como ocupación central de su vida, publicó un libro titulado la Teoría de la Tierra,
donde reunía abundantes datos y sólidos argumentos que demostraban que nuestro
planeta podía tener en realidad muchos millones de años de edad. Hutton afirmó sin
ambages que no veía signos de ningún origen.

La puerta se abre
Por primera vez parecía posible hablar de la evolución de la vida. Si la Tierra
tenía millones de años, había habido tiempo de sobra para que animales y plantas
se hubiesen transformado lentamente en nuevas especies, tan lentamente que el
hombre, en los pocos miles de años de existencia civilizada, no podía haber notado
esa evolución.

Pero ¿por qué iban a cambiar las especies? ¿Y por qué en una dirección y no
en otra? La primera persona que intentó contestar a esta pregunta fue el naturalista
francés Jean Baptiste de Lamarck.

En 1809 presentó Lamarck su teoría de la evolución en un libro titulado
Filosofía zoológica. La teoría sugería que las criaturas cambiaban porque intentaban
cambiar, sin que necesariamente supiesen lo que hacían.

Según Lamarck, un antílope que se alimentara de hojas de árbol estiraría el
cuello hacia arriba con todas sus fuerzas para alcanzar la máxima cantidad de pasto;
y junto con el cuello estiraría también la lengua y las patas. Este estiramiento,
mantenido a lo largo de toda la vida, haría que las patas, el cuello y la lengua se
alargaran ligeramente.

Las crías que nacieran de este antílope heredarían este alargamiento de las
proporciones corporales. La descendencia alargaría aún más el cuerpo por un proceso
idéntico de estiramiento, de manera que, poco a poco, a lo largo de miles de
años, el proceso llegaría a un punto en que el linaje de los antílopes se convirtiese
en una nueva especie: la jirafa.

La teoría de Lamarck se basaba en el concepto de la herencia de caracteres
adquiridos: los cambios que se operaban en el cuerpo de una criatura a lo largo de
su vida pasaban a la descendencia. Lo malo es que la idea carecía por completo de
apoyo empírico. Y cuando fue investigada se vio cada vez más claramente que no
podía ser cierta. La doctrina de Lamarck tuvo que ser abandonada.

En 1831, un joven naturalista inglés llamado Charles Darwin se enroló en un
barco fletado para explorar el mundo. Poco antes de zarpar había leído un libro de
geología escrito por otro súbdito inglés, Charles Lyell, donde éste comentaba y
explicaba las teorías de Hutton sobre la edad de la Tierra. Darwin quedó impresionado.
El periplo por costas remotas y las escalas en islas poco menos que
inexploradas dieron a Darwin la oportunidad de estudiar especies aún desconocidas
por los europeos. Especial interés despertó en él la vida animal de las Islas
Galápagos, situadas en el Pacífico, a unos mil kilómetros de la costa de Ecuador.

Darwin observó catorce especies diferentes de pinzones en estas remotas
islas. Todas ellas diferían ligeramente de las demás y también de los pinzones que
vivían en la costa sudamericana. El pico de algunos de los pinzones estaba bien
diseñado para comer pequeñas semillas; el de otros, para partir semillas grandes;
una tercera especie estaba armada de un pico idóneo para comer insectos; y así
sucesivamente.

Darwin intuyó que todos estos pinzones tenían su origen en un antepasado
común. ¿Qué les había hecho cambiar? La idea que se le ocurrió era la siguiente:
podía ser que algunos de ellos hubiesen nacido con ligeras modificaciones en el pico
y que hubieran transmitido luego estas características innatas a la descendencia.
Darwin, sin embargo, seguía albergando sus dudas, porque esos cambios
accidentales ¿serían suficientes para explicar la evolución de diferentes especies?

En 1838 halló una posible solución en el libro titulado Un ensayo sobre el
principio de población, publicado en 1798 por el clérigo inglés Thomas R. Malthus.
Malthus mantenía allí que la población humana aumentaba siempre más deprisa que
sus recursos alimenticios. Por consiguiente, el número de habitantes se vería
reducido en último término por el hambre, si es que no por enfermedades o guerras.

El estilo de la Naturaleza
A Darwin le impresionaron los argumentos de Malthus, porque le hicieron ver la
potentísima fuerza que podía ejercer la Naturaleza, no sólo sobre la población
humana, sino sobre la población de cualquier especie.

Muchas criaturas se multiplican con gran prodigalidad, pero de la descendencia
sobrevive sólo una proporción pequeña. A Darwin se le ocurrió que, hablando en
términos generales, sólo salían adelante aquellos individuos que eran más eficientes
en un aspecto u otro. Entre los pinzones, por poner un caso, sólo sobrevivirían
aquéllos que nacieran con picos ligeramente más robustos, por ser más capaces de
triturar semillas duras. Y aquellos otros que fuesen capaces de digerir de cuando en
cuando un insecto tendrían probabilidades aún mayores de sobrevivir.

Generación tras generación, los pinzones que fuesen ligeramente más
eficientes en cualquier aspecto sobrevivirían a expensas de los menos eficaces. Y
como esa eficiencia podía darse en terrenos muy diversos, al final habría toda una
serie de especies muy diferentes, cada una de ellas especializada en una función
distinta.

Darwin creyó justificado afirmar que este proceso de selección natural valía, no
sólo para los pinzones, sino para todas las criaturas. La selección natural determinaba
qué individuos debían sobrevivir, a costa de dejar morir de hambre a aquellos
otros que no gozaban de ningún rasgo de superioridad.

Darwin trabajó en su teoría de la selección natural durante años. Finalmente
vertió en 1859 sus ideas en un libro titulado: Sobre el origen de las especies por
medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha
por la vida.

Las ideas de Darwin levantaron al principio enconadas polémicas; pero la
cantidad de evidencia acumulada a lo largo de los años ha confirmado el núcleo
central de sus teorías: el lento cambio de las especies a través de la selección
natural.

La idea de la evolución, que en su origen entrevieron los filósofos griegos y que
finalmente dejó sentada Charles Darwin, revolucionó el pensamiento biológico en su
integridad. Fue, indudablemente, la idea más importante en la historia de la biología
moderna.

Isaac Asimov

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