EINSTEIN, RELIGIÓN Y ATEÍSMO



A diferencia de Sigmund Freud, o de Bertrand Russell, o de George Bernard Shaw, Einstein jamás sintió la necesidad de denigrar a quienes creían en Dios; lejos de ello, tendía más bien a denigrar a los ateos. 

«Lo que me diferencia de la mayoría de los llamados ateos es un sentimiento de absoluta humildad ante los inalcanzables secretos de la armonía del cosmos», explicaba.

De hecho, Einstein solía mostrarse más crítico con los escépticos, que parecían carecer de humildad o de cualquier sentimiento de reverencia, que con los creyentes. 

«Los ateos fanáticos —explicaba en una carta— son como esclavos que todavía sienten el peso de sus cadenas cuando ya se han despojado de ellas tras una dura lucha. Son criaturas que —en su resentimiento contra la religión tradicional como “opio de las masas”— son incapaces de oír la música de las esferas».

Posteriormente, Einstein mantendría un intercambio epistolar sobre este tema con un alférez de la marina estadounidense al que ni siquiera conocía. ¿Era cierto —le preguntaba el marino— que Einstein se había convertido a la creencia en Dios gracias a un sacerdote jesuita? Tal cosa era absurda, le respondía Einstein, que luego pasaba a explicarle que él consideraba que la creencia en un Dios que era una especie de figura paterna se debía a «analogías infantiles». 

¿Le permitía —preguntaba luego el marino— que citara su respuesta en sus debates con sus compañeros de tripulación más religiosos? Einstein le advertía de que no la simplificara en exceso. 

«Puede llamarme agnóstico, pero yo no comparto el espíritu de cruzada del ateo profesional cuyo fervor se debe principalmente a un doloroso acto de libración de los grilletes del adoctrinamiento religioso recibido en su juventud —le explicaba—. Prefiero la actitud de humildad correspondiente a la debilidad de nuestra comprensión intelectual de la naturaleza y de nuestro propio ser».

"Einstein: su vida y su universo", Walter Isaacson


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