GENIO DE LA CIENCIA Y POETA DE LO EFÍMERO....



Cuando Albert Einstein tuvo que hacer en el cementerio el panegírico del físico Rudolf Ladenberg, que había sido su colega primero en Berlín y luego en Princeton, las palabras que pronunció parecían expresar lo que él mismo sentía personalmente a los 75 años, y con la salud ya muy deteriorada: 

«Breve es la existencia, como una visita fugaz en una casa ajena —declaró—. Y el camino a seguir apenas está iluminado por una titilante conciencia».

Parecía percibir que esta última transición que estaba experimentando era a la vez natural y de algún modo espiritual. 

«Lo extraño de envejecer es que la identificación íntima con el aquí y el ahora se va perdiendo poco a poco —le escribiría a su amiga la reina madre de Bélgica—. Uno se siente transportado a la infinitud, más o menos solo»

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